Se encontraron las masas en aquella esquinita floja.
Los niños no supieron distinguir el mal del bien,
creo que la sanidad no los dejaba.
Y por un instante pasamos desapercibidos.
Todos éramos uno, sin odio, sin agravio, llenos de amor.
El otoño apenas asomaba sus colores,
el Hudson vitrineando como siempre con su briza.
El tren con su vaivén bailando sobre el horizonte.
¿Y quién se encarga de pintar todas estas casas?
¿Quién decora las fachadas que resguardan sus tesoros?
¿Quién se inventa este arcoíris de inspiración?
Arte y chucherías, prendas, música,
comida, de todo un poco, y de nada hay mucho,
Y gente sobre la gente, sin incomodar a nadie.
El fiambre cantando sobre aromas confundidas
Desde la Chestnut hasta la West,
el Hudson Hill’s y Moo Moo’s ice cream,
el Bouchon y Silver Spoon.
Y los incrédulos levantan la mirada entregándose al casi mar del rio,
a la majestuosa vista que acompaña su zumbido.
A la tranquilidad emocionante y al silencio en su bullicio,
a las aves tentadoras que vigilan la marina,
al ejercito de árboles que rodean los sentidos.
Tantos olores, tantos sabores, tantos colores.
Es un poema en acuarela, una historia sin palabras.
Y es que de tan poquitas cuadras,
han de pintarse innumerables cuadros.
D.L.C.L.
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